viernes, 8 de agosto de 2008

VIDA Y DESTINO.- Una obra para Reflexionar y Crecer


A la novela del ruso Vasili Grossman (1905-1964), 'Vida y destino' (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores; traducción con ovación de Marta Rebón ), se le perdona cualquier desarreglo y error, por la sencilla razón de que tiene mucho que contar y cuenta mucho a lo largo de 1.100 páginas, 150 personajes y unas veinte sagas narrativas que se encargan del mundo civil, moral, político y militar durante la Segunda Guerra Mundial. Una empresa decimonónica con los bagajes de la crónica narrativa del XX. Si quieren ficciones reales, como pretendía Capote, aquí se van a hartar.
Pero Grossman no es Capote, ni tiene que serlo. A este escritor ruso, que estuvo en la batalla de Stalingrado y en otra media docena de penalidades históricas, y que vio secuestrada esta novela por el régimen soviético (1961), le preocupa sobre todo la moral en el sufrimiento, es decir, le preocupa el sentido de lo humano cuando todo lo humano habita en el infierno. En este libro hay campos de trabajo alemanes y rusos, guetos y prisiones, batallas y violencia política, guerra sin tregua y paz en guerra, pero la mirada no se eleva a los destinos históricos de las masas o de las civilizaciones, sino que descansa en la percepción del tiempo de un combatiente durante la refriega, en la manera de abrir una carta que llega del frente o de escribir la última ante la muerte inminente, en el sentimiento retráctil que une a un superviviente o a un prisionero con los que comparten su hora, en la esperanza radical y rotunda de un condenado cuando no hay esperanza posible, en las relaciones entre la física cuántica y el fascismo…
No hay nada paradójico en el aliento vital que finalmente insufla esta historia en la que los seres humanos sorprenden a la vez por su bondad y por su perversidad, en ocasiones sin cambiar de sujeto. No hay aquí un canto de esperanza, ni el laudo de la oración fúnebre, como tampoco hay pesimismo lastimero, ni histórico ni antropológico. Hasta el pesar mismo está tratado como una condición humana capaz de exaltar lo mejor y lo peor de cada cual. He de decir que la sensación que queda es la de que en el peor de los mundos posibles siempre ganan los buenos o, mejor dicho, lo bueno. Es lógico: brilla más, tiene más fuerza que lo que se deja llevar por la corriente, definición incuestionable del mal. Aceptar, claudicar, obedecer a ciegas, cumplir con el mandato de otros, seguir a la mayoría o a los poderosos: lo fácil coincide con el horror.
Se ha elogiado mucho este libro por su grandiosidad, por su amplitud pictórica, por la inmensidad de su testimonio. Sin embargo, su gran valor está en lo pequeño, en los seres que sólo ocupan un rincón del mundo y que enseñan esas venas del alma por las que circula la vida cuando merece ser vivida. Al espíritu las circunstancias sólo le importan para sobreponerse a ellas.

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